jueves, 6 de octubre de 2016
Isla Friendship, parte 25: Karl
En 1996, ya de vuelta en Santiago, casado nuevamente, y retomando mi vida "normal", prácticamente lo único que me quedaba de Friendship era un buen recuerdo.
Un día temprano, en la mañana, sonó el viejo teléfono a manivela que teníamos en la parcela de Santa Ana de Chena... respondí y ...oh sorpresa, era Ariel que llamaba.
-Hola Ernesto, ¿Cómo has estado?-
-Bien...eh...¿y ustedes?-
-Bien, todo normal, aunque ahora tuvimos un pequeño contratiempo, y queremos solicitar tu ayuda, si es que puedes-
-Por supuesto, dime en que puedo ayudar-
-Es que por un inconveniente de ultima hora, tenemos a una persona que viaja para acá mañana en la mañana, y se nos adelantó, ¿sería posible que tu la fueras a buscar, la alojaras esta noche, y mañana la llevaras al aeropuerto?-
-Ningún problema, cuenta conmigo-, dije tragando saliva.
-Debes irte ahora mismo a la plaza de San José de Maipo, y ahí recogerlo-
-Pero, ¿como lo conoceré?-
-No te preocupes, él te conocerá a ti, y además no podrás confundirlo, usa una parka para la nieve de color verde brillante, que te llamará la atención-
-OK-
-Se llama Karl-
Partí inmediatamente, aunque por el camino fui meditando la situación.
Esperaba que la famosa parka fuera lo suficientemente brillante, ya que desde la última vez que había visto a los Friendship, yo había cambiado el auto, por lo que era bastante difícil que el tal Karl lo reconociera.
Hay que recordar que ya estábamos en 1994, que el asunto Friendship ya era más o menos conocido, y allí estaba yo manejando un Jeep, con dirección al Cajón del Maipo, a buscar a un extraterrestre.
No podía quedarme callado.
Paré en el primer teléfono público que encontré, y llamé a Rodrigo Fuenzalida, con la intención de pedirle que me acompañara.
El teléfono sonó y sonó durante algunos minutos, pero nadie atendió.
Seguí adelante.
Prendí la radio de 11 metros para ver si podía ubicar a alguien conocido para que me acompañara.
Nadie de los del grupo se encontraba en frecuencia.
Desgraciadamente, en ese tiempo, aun no había teléfonos celulares.
Cuando llegué a Puente Alto paré nuevamente, y llamé a Rodrigo.
Ahora contestó su mamá, diciéndome que Rodrigo no estaba, y que no sabía a que hora regresaría.
Bueno, que le iba a hacer, por lo menos había tratado.
Seguí mi viaje por el Cajón del Maipo, hasta que finalmente llegué a San José.
Apenas me acerqué a la plaza divisé la parka verde y a su dueño, que lentamente, y sonriendo, caminaban hacia mí.
¡Esa parka si que era verde!
Le abrí la puerta, y después de acomodar un bolso en el asiento de atrás, Karl se sentó junto a mí.
Representaba unos 24 a 25 años, de 1 metro 85 de estatura, rubio, y de ojos muy azules.
Lo primero que se me vino a la cabeza fue que era físico culturista.
Era realmente bello, además de que irradiaba esa paz y tranquilidad tan propia de la gente de Friendship.
-¿Tuviste que esperar mucho?-, le pregunté.
-No-, me contestó sonriendo, -solo 2 horas con 39 minutos-
Posteriormente me di cuenta de que no usaba reloj.
-¿De donde vienes?-
-De allá arriba-, dijo, haciendo un gesto.
Eso podría significar que procedía de arriba del Cajón del Maipo, o de arriba, ... de Alfa Centauro, así es que no me atreví a seguir preguntando.
A todo esto, el transmisor de 11 metros estaba prendido en la frecuencia 27.215 Khz, que era la de Octavio, y de repente comencé a escuchar la escandalosa voz de Cristina, que desde su casa, llamaba a su esposo, al furgón en que trabajaba.
-Atento móvil Lucero para QTH.....Atento móvil Lucero para QTH...-
-¡Cristina!-
-¿Octavio?-
-No, Ernesto, desde móvil Taiquemó-
-Hola Ernestito. ¿Qué hacís por estos lados?-
-Viajo de San José de Maipo a Santiago, y llevo a alguien a quien seguramente ustedes querrán conocer-
-¿Si, a quién? -
-Es una sorpresa, vamos para allá....-
En ese momento caí en la cuenta que ni siquiera le había consultado a Karl al respecto, pero lo miré, y allí estaba como de costumbre, sonriente, y con cara de complacido, ¿es que esta gente nunca se molesta?
-Si-, dijo adelantándoseme, -me agradaría ir a verlos-
-¿Sabes quienes son?-
-Si, "los Lucero", los que viven en Peñalolen-
-Ah- dije, pero después pensé, ¿Cómo lo sabe?
Seguimos nuestro camino, y poco después de pasar Las Vizcachas, comencé a sentir hambre.
Me fijé que a la orilla de la calzada vendían esas típicas tortillas al rescoldo de la zona, hechas en horno de barro.
Paré un momento, y compré una grande, como de 40 cm de diámetro, y le ofrecí la mitad a Karl.
-¿Que es-, preguntó.
-Pan-, le dije, -¡pero hecho en casa!-
-Mmm-, dijo, aceptando el trozo.
Yo seguí conduciendo, y mientras lo hacía, iba comiendo pedazos de la sabrosa masa.
De repente, me fijé en Karl... Mascaba lentamente, y con cara de éxtasis.
-¿Te gusta?-, inquirí.
-¡De-li-cio-sa!-
Me reí para mis adentros, porque la tortilla estaba buena, ¡Pero no era para tanto!
-¿Qué es esto?-, preguntó, sacando de la miga un trozo de algo oscuro y sólido...
-Chicharrones-
-¿Y qué son?-
-Es grasa de animal frita.-
-¡¡¿¿De cerdo??!!-
-Tal vez-
-Exactamente lo que yo no debiera comer, pero ¡Está exquisito! -
-Come, que lo tomado y lo bailado a uno no se lo quita nadie-, le dije en broma.
Quedó un buen rato pensativo y masticando, luego intempestivamente dijo:
-A veces ustedes saben vivir....-
Viramos a la derecha por Macul, hacia la rotonda Quilín, desde donde seguimos hacia la casa de los Lucero.
Cuando llegamos, ya había llegado Octavio, y también estaban Paula, Andrea, y Claudia, las tres hijas del matrimonio.
Lógicamente ellas fueron las más impresionadas por la presencia y apariencia de Karl.
Allí compartimos durante algunos minutos, tomamos unos jugos, y luego, a pesar de las protestas de las chiquillas, seguimos viaje hacia Santa Ana de Chena.
Al llegar a nuestro hogar, ya mi esposa Natty estaba preparando el alojamiento para Karl.
Este, al llegar, se bajó del auto, retiró el bolso con sus pertenencias, y se fue derecho hacia un grupo de álamos que había a la entrada.
Los miraba, luego los tocaba, y respiraba profundo, aunque no decía nada.
Luego se agachó, y comenzó a contemplar las plantas.
Mis hijos, en esa época, estaban entre los 22 y los 16 años, y al poco rato, ya se habían hecho grandes amigos con la visita.
Le mostraron toda la parcela, jugaron con los perros y lanzaron piedras.
No sé por qué Karl estaba tan interesado en las piedras.
A cada rato se agachaba, recogía una, la examinaba minuciosamente, y luego la dejaba donde la había sacado.
Uno de mis hijos, ahora ya adulto, aun está maravillado.
Ellos se criaron en el campo, y por lo tanto, son buenos para tirar piedras, sin embargo, Karl es la única persona que conocemos que, jugando con ellos, fue capaz de cruzar la parcela con un peñascazo.
¡Son cerca de 120 metros!
Llegó la noche, y por lo tanto, la hora de acostarse, para lo cual Natty había preparado la pieza de alojados.
Sin embargo, Karl pidió que, ya que la noche estaba tan bonita, le permitiéramos dormir afuera.
La única forma que se nos ocurrió, fue hacerlo dormir en la casa rodante, que estaba estacionada en el patio, donde había cama y baño.
Así fue como esa noche nos fuimos todos a dormir.
A la mañana siguiente me levanté temprano, ya que aunque el avión de Karl a Puerto Montt salía a las 11 de la mañana, yo tenía que dejar varias cosas listas en el campo antes de ir a dejarlo.
Inmensa fue mi sorpresa cuando vi a Karl acurrucado en el sofá, y apenas tapado con una de las frazadas de la casa rodante.
-¿Qué te pasó?-, le pregunté.
-Casi nada-, respondió, dándose vuelta.
Cuando lo vi quedé paralizado. Su rostro estaba totalmente deformado.
Cara, cuello, brazos, tórax, y cualquier otra parte que se alcanzara a ver de esa blanca piel, estaba llena de manchas rojas, la mayoría de ellas hinchadas.
Parte del labio superior, y un párpado, estaban tan abultados que lo hacían parecer otra persona.
-¿Qué te ocurre?-, insistí.
-Solo una reacción alérgica-, me dijo.
-¿A qué?-
-A tus simpáticos insectos-
-¿Te picaron?-
-No, ...me comieron-
-Llamemos un médico-
-¡No se te ocurra!, basta con esto-, dijo, mostrándome un frasco que había extraído de su bolso-
-¿Qué es?-
-Un antialérgico, pero parece que no me hace mucho efecto-
-Vamos donde un médico-
-No, tengo que tomar el avión-
-¿En ese estado?-
-Si, no tengo otro, y TENGO que tomar ese avión... Ayúdame a levantarme-
Le tomé de un brazo, y comencé a levantarlo.
Por el contacto con su piel me di cuenta que su temperatura corporal era altísima-
-Karl, con esta fiebre no puedes viajar-
-¡Tengo que hacerlo!, no hay otra alternativa-
Como ven, fue imposible convencerlo, y al poco rato, ya estábamos viajando hacia el aeropuerto Pudahuel.
Logré dejarlo hasta la salida nacional de pasajeros.
Todo el mundo lo miraba, no era para menos.
Un tipo rubio, atlético, de 1 metro 85, con una parka verde, furioso, y con el rostro como San Lázaro.
Recuerdo que ese día llegaba la selección nacional de football de una de sus acostumbradas derrotas en canchas americanas.
Había un grupo de fanáticos esperando.
Nunca se me ha olvidado la expresión de uno de ellos cuando miraba el rostro de Karl, que apenas caminaba hacia el avión.
-¿Es boxeador?-, me preguntó.
-Si-, le contesté-, ¡Pero vieras como quedó el otro!.
Nunca más he sabido nada sobre Karl.
***
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
en www.islafriendship.blogspot.com así como en https://sobreernestodelafuente.blogspot.com/ hemos expuesto información que permite descubrir los engaños de Ernesto de la Fuente, la voz detrás de uno de los Ariel que aparece en la cinta famosa que se muestra siempre
ResponderEliminar