jueves, 6 de octubre de 2016

Isla Friendship, parte 1: ¿Quién soy?



18 de enero 2001, 11:32.

Mi nombre es Ernesto de la Fuente Gandarillas y nací en Santiago de Chile el 17 de Diciembre de 1939. 

Es la primera vez que se me permite hablar sin tener un periodista de por medio. 

No es que tenga algo en contra del periodismo o los periodistas pero deseaba, por una sola vez, elegir yo que es importante y que no, en la increíble historia que sin querer me tocó vivir. 

Estudié Ingeniería Civil Mecánica en la Universidad de Concepción, entre los cincuentas y los sesentas, no por vocación, sino por obligación, ya que mi padre era ingeniero. 

Sin embargo la principal actividad que he tenido hasta hace poco ha estado relacionada con el cine y la televisión, primero en Chile, cuando se creó el Canal 9 en el edificio de la calle Beaucheff de la Universidad de Chile y luego en los Estados Unidos, viajando para la realización de documentales. 

En Norteamérica siempre quise ser camarógrafo de documentales (y no lo hacía nada de mal), pero desgraciadamente, cuando estuve en Nueva York, era el único técnico cinematográfico que podía hacer sonido y que hablaba español, así fue como quedé etiquetado como Ingeniero de Sonido. 

Esta exclusividad me hizo ganar buenos dólares, aunque no era el trabajo ideal. 

Posteriormente volví a Chile y como el negocio audiovisual no estaba muy bueno en aquel entonces, decidimos (porque ya me había casado) irnos de colonos a Chiloe. 

Eso fue en el mes de Septiembre de 1983, allí tuve un fundo de 2.200 Hectáreas, cerca del pueblo de Quemchi, cuyo bosque pretendía explotar. 

Les cuento todo esto para quitarme esa etiqueta de personaje extraño con que la prensa siempre ha pretendido mostrarme. 

Hasta aquí, como ustedes pueden ver, parecería una persona casi normal. 

Trabajaba mucho, me había casado porque era necesario hacerlo, trataba desesperadamente de ganar mucho dinero, competía con otros, fumaba mucho, compraba y fornicaba todo lo posible. 

Con decirles que era tan normal que no creía en sucesos paranormales. 

En cuanto a la religión, me creía católico, aunque a mi manera, es decir, como a mi se me antojara. 

No era tan arrogante como para afirmar que éramos los únicos habitantes del universo, pero por lo que había aprendido en la universidad, sabía, lo había dicho Einstein, que era imposible que vinieran a vernos. 

Yo creía que lo estaba haciendo muy bien y casi todos mis conocidos opinaban lo mismo. 

Fue entonces que por necesidades de sobrevivencia me compré una estación de radio de 11 metros, y ocurrió lo que jamás habría imaginado, y que terminó por cambiar el rumbo de mi vida en 180 grados.

Después de algún tiempo, que fue lo que me costó dominar el equipo, me hice amigo, a través de la radio, de otros colonos que también se estaban instalando, aunque mucho mas al sur que yo. 

Según ellos se trataba de una congregación religiosa llamada Friendship, que había comprado una isla en el archipiélago de los Chonos. 

La isla no se si tendría nombre, pero ellos le pusieron Friendship, al igual que a la estación de radio que operaban. 

Estas conversaciones se realizaban casi todos las tardes, y se prolongaban por una o dos horas, según fueran las condiciones de propagación magnética. 

Así, a medida que pasaban las semanas, se fue cimentando una hermosa amistad entre personas, supuestamente, con intereses comunes, y aislados del resto del mundo. 

Debo aclarar que en esas conversaciones no participábamos solamente ellos y yo, sino muchos otros radioaficionados, tanto chilenos, como del resto del cono sur de América. 

Los Friendship poseían un yate, el Mythilus II, con el cual surtían las necesidades de su congregación, y un día, mientras estaban a la cuadra de la isla Caucahué, me llamaron por radio, para que nos conociéramos personalmente en el muelle de Quemchi. 

Allí fue donde los vi por primera vez. 

Su aspecto era el de personas saludables de una edad indefinible, entre los 35 y los 55 años. 

Su cabello era rubio oscuro, ojos claros y piel tostada por el sol, su estatura era bastante mas allá de la media, pero lo que mas llamaba la atención era la paz que irradiaba su presencia. 

Me hizo recordar la sensación que había sentido años atrás, cuando por razones de trabajo, tuve que filmar a un famoso maharashi hindú. 

Con posterioridad a este encuentro, ellos comenzaron a visitarme en mi casa, y yo empecé a conocerlos más. 

Pero entre más los conocía, más me sorprendían, sus conocimientos y cultura eran increíbles, pero lo mas extraño, era que estaban basados en principios diferentes a los nuestros. 

Por ejemplo, su matemática no usaba base 10 como nosotros, sino que la base era 6, la que a veces, para ciertos cálculos, se transformaba en 60. 

También, su medicina, partía de principios diferentes, al fijar su atención en el cuerpo sano, y no en las enfermedades. 

En historia, antropología, paleontología, astronomía, física, etc, sus conocimientos eran increíbles, aunque a veces contradecían a los nuestros. 

Todo esto me llevó a tener largas discusiones radiales con Ariel, Rafael, Gabriel etc, que eran los nombres que ellos usaban. 

Al preguntarles por la fuente de tan increíble sabiduría, humildemente contestaban que ellos eran ignorantes, y que solo se limitaban a poner en práctica los cocimientos que les entregaban los ángeles del Señor. 

En un principio, yo creí que la frase, "los ángeles del Señor", era simplemente una figura literaria que usaban dentro de sus creencias religiosas, pero a poco andar, comencé a escuchar cosas como que el próximo jueves no podríamos seguir conversando, porque bajarían a la isla "los ángeles del Señor", o que Nathaniel debería retirarse de la radio, pues era requerido por "los ángeles del Señor", etc. etc.